Reconozco que me produce una mezcla de alegría (por poder ver estas fotos tan presentes en mi memoria) y tristeza (al comprobar los desatinos urbanísticos que se han realizado en Madrid).
Muchas gracias, Julio.
Hola Luis, te adjunto varias fotos e ilustraciones del asilo del Sagrado Corazón de la calle de Claudio Coello, o "colegio de enfrente" como lo llamábamos nosotros, para que las incluyas, junto a esta carta que te envío, en el blog de antiguos alumnos del colegio. Este enorme edificio se construyó entre 1880 y 1886 con el dinero de una señora muy pía y de muchos posibles, doña Ernestina Manuel de Villena, y fue proyectado por el arquitecto Francisco de Cubas, marqués de Cubas y alcalde de Madrid, que fue también autor del primer proyecto de la catedral de la Almudena y de otras importantes iglesias y edificios en los tiempos de la regencia de María Cristina de Habsburgo. En las dependencias del asilo se instaló una imprenta en la que aprendían el oficio de tipógrafo los niños huérfanos que allí vivían, y en la que se imprimieron numerosos libros y publicaciones de carácter católico en el Madrid del reinado de Alfonso XIII.
Para los niños que estudiábamos en el colegio de Claudio Coello, allá por la mitad de los años 60, era un edificio cargado de misterio pues siempre estaba cerrado a cal y canto, y entre las rendijas de las puertas de los patios apenas podíamos entrever a los chavales que allí vivían, a quienes compadecíamos porque no tenían la suerte de poder irse a casa después de las horas de clase. Casi los considerábamos como verdaderos presos, sobre todo en las tardes de invierno, en las que los imaginábamos quedándose a estudiar con los curas bajo la luz mortecina de los tubos flluorescentes que salía a través de las ventanas, mientras nosotros nos íbamos a nuestras casas a ver Los Chiripitiflaúticos en la televisión.
Cuando el asilo se quedó vacío y abandonado, hacia el año 1970, allí encontramos la más formidable fuente de aventuras a la que que podía aspirar un chaval de doce o trece años de los de entonces. No recuerdo cómo fue exactamente, pero alguien consiguió saltar la tapia de uno de los patios y abrir una puertecilla que daba a la calle Maldonado, por la que pudimos acceder al inmenso edificio que ocupaba la manzana completa entre las calles de Claudio Coello, Lagasca, Juan Bravo y Maldonado.
Todas las tardes tras salir de clase, esquivando la ira y las amenazas del encargado de una carbonería que había en el número 9 de la calle Maldonado, nos escurríamos por la mencionada puertecilla para correr unas aventuras en este entorno neogótico que podrían dejar pequeñas, por lo reales, a las que imaginaría cuarenta años más tarde la escritora J. K. Rowling para su personaje Harry Potter. Allí pasamos un curso entero explorando el laberinto de pasillos, escaleras, salas y todo tipo de dependencias del edificio: el claustro con sus grandes ventanales y su jardín interior, los grandes dormitorios repletos de camas, la enfermería, donde a la entrada de una gran sala había un alarmante rotulo con la palabra INFECCIOSOS (que provocaba el pánico de García Pacheco). También registramos la imprenta con toda su maquinaria abandonada, las cocinas, los almacenes y despensas, los sótanos y los desvanes. Nos impresionaba especialmente la gran iglesia neogótica completamente vacía, en la que nuestros cuchicheos resonaban por todas partes con el miedo general de ser descubiertos. Apenas cinco años antes, en ella habíamos hecho todos la primera comunión con profusión de himnos y agitar de banderolas. Desde allí subíamos por una escalera hasta el coro y a los estrechos habitáculos donde se alojaban las campanas, que estaban situados a ambos lados de la hermosa vidriera ojival de Maumejean que se abría a la fachada exterior de la iglesia. Con la inconsciencia de los trece años, incluso nos asomamos peligrosamente a las cubiertas del tejado.
Recuerdo que el hermano Damián nos había amenazado con las peores represalias imaginables si nos pescaban dentro (¡y menudas las gastaba!), pero la aventura resultaba demasiado emocionante como para desistir de ella ante el riesgo de unos simples tortazos a los que estábamos ya muy acostumbrados. Sin embargo, al final acabaron por tapiar los accesos por donde nos colábamos y se nos acabó una de las diversiones más intensas y emocionantes que recuerdo de mi infancia.
Viendo las fotos e ilustraciones que adjunto, cualquiera se da cuenta de que el asilo de Claudio Coello era un magnífico edificio. Hasta finales de los años 70 el neogótico era considerado en España un estilo feo y de mal gusto, como un mal sucedáneo. Hoy, afortunadamente, las cosas se ven de otro modo y prueba de ello es la magnífica rehabilitación que se hizo hace no mucho de la iglesia de Santa Cruz, junto a la Plaza Mayor, también obra del Marqués de Cubas y que recuerda mucho a la del asilo del Sagrado Corazón (con decoración neomudejar en la fachada exterior y neogótica en el interior).
El derribo del edificio, en 1973, fue uno de tantos desmanes urbanísticos cometidos por los ignorantes ediles del Ayuntamiento de Madrid durante los últimos años del franquismo. Tras él, y tras el posterior derribo del palacete que albergaba nuestro colegio de Claudio Coello, hoy no queda apenas nada de aquel paisaje urbano de nuestra infancia, y para rememorarlo hay que recurrir a la película de Manuel Summers "Del rosa al amarillo", rodada allí mismo en el año 1963, exactamente en los mismos tiempos en los que muchos de nosotros comenzábamos a estudiar en el colegio.
Un abrazo
Julio Vías
Fachada principal a la calle de Claudio Coello (hacia 1970)
Coro y puerta de la iglesia a la calle de Claudio Coello
Derribo del edificio en 1973